Una historia violenta es la primera novela que leo de Antonio Soler, escritor nacido en Málaga en 1956 que ha recibido numerosos premios: Herralde, Primavera, Nadal… Incluso hay quien dice que existe ya un “Universo Soler”, por los rasgos tan personales que encuentran en sus obras.
De todas formas pienso que las peculiaridades que tiene Una historia violenta pueden alejarla de otras novelas de este autor, al dotarla de un tono en gran medida autobiográfico. Él afirma que tuvo la idea del libro cuando, durante un viaje, le vino a la mente el recuerdo de una pedrada que recibió de niño.
Así es un niño el principal protagonista de la historia y el que nos cuenta cómo se desarrolla su vida en un barrio de Málaga, más en una calle, calle Lanuza, a finales de los años sesenta y principios de los setenta en un intervalo no demasiado largo de tiempo.
El niño, que ha iniciado el camino hacia la pubertad, relata lo que va sucediendo a su alrededor en un ejercicio de introspección tan detallado, que llega a inquietar al lector conduciéndole hasta su propia infancia.
La vida diaria de tres familias, la suya, la de su compañero de correrías Mauri, ambas de clase media baja, la de Guillermito Galiana, media alta, y, de pasada, la pobre vida de los niños que habitan en los “bloques”, asociada cada una de ellas a las viviendas que ocupan, primer elemento diferenciador del rango social, junto a otros como la manera de hablar, el físico, la ropa, el mobiliario, el trabajo o las vacaciones, discurre ante sus ojos asombrados, que nos van transmitiendo lo que ven o lo que intuyen con la misma frialdad que un forense explica el resultado de una autopsia.
No sé por qué este libro, por cierto escrito de manera brillante, da la impresión de ser una especie de ajuste de cuentas con el pasado. De todos los personajes que intervienen en él, sólo es grato el de Tusa, la tía de Guillermito. A pesar de que también aquí la mirada del niño intuye algo extraño que no sabe explicarse, la presencia de la mujer le inspira admiración, ternura, quizá el primer deseo sexual o el primer amor, aunque en el libro lo que podría llamarse “amor” de pareja, entre padres e hijos, amigos o novios, está envuelto en una maraña de obligaciones, angustias, miserias o apariencias sociales que lo desvirtúan por completo.
Una historia violenta, ya lo indica su nombre, es un relato duro y desesperanzado sobre realidades sociales determinadas por el nacimiento que un niño experimenta con sorpresa e inquietud, sin trasladar a nadie de los que le rodean lo que siente.
Antonio Soler narra con maestría esos sentimientos encuadrándolos en unos ambientes: los pabellones militares, los bloques, el puerto, la playa, las viviendas, el descampado… que describe insistiendo en lo imperfecto o en lo negativo, y rodeándolos de sucesos de igual modo dañinos: la peste que desprenden al cocerse las patas de pollo, la aparición de ratas en la vivienda de Guillermito, las peleas, el sexo como instinto, las enfermedades y la muerte, irremediable y rotundo final.