Cuando en marzo de 2012 hablé en esta página de Diario de invierno dePaul Auster, Kiko y otro lector anónimo coincidieron conmigo en que era un libro escrito aprovechando las glorias pasadas del autor, pero que aburría y no aportaba nada nuevo.
Un caso similar sucede con Aquí y ahora – Cartas, obra que contiene el diálogo epistolar que mantuvieron Paul Auster, aquí y ahora locuaz y exultante y J. M. Coetzee, aquí y ahora discreto y comedido, entre los años 2008 y 2011.
Pienso que las editoriales deberían de ser más cuidadosas con la publicación de ciertos libros. También es verdad que la fama que precede a los escritores que los protagonizan influye en sus ventas. Pero los beneficios económicos, siempre a mi parecer, no pueden compensar la frustración que siente el lector al descubrir que en ellos “el rey iba desnudo”.
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De ese modo pasarán de nuevo un suculento espacio de tiempo en compañía de la mejor literatura. Tendrán además la excelente ventaja de que el mito en sus mentes permanecerá intacto.
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Debo decir que las distintas historias interesan y atrapan. Casi todas nos muestran a seres insatisfechos que no encuentran su lugar en el mundo y sienten una profunda nostalgia por algo que han perdido, real o imaginado, que les impulsa a una búsqueda constante.
En teoría, el nexo de unión entre unas historias y otras debería ser el escritorio. Sin embargo, en algunas no acabo de entender la función que desempeña el tan nombrado mueble.
Quizá esa dificultad para entender el sentido del texto en su conjunto, hacer mía la línea argumental, hace que no me acabe de convencer lo que Nicole Kraus relata en La gran casa.
Por separado, lo que nos cuenta en cada historia resulta atrayente. Pero, una vez que terminas el libro y reflexionas sobre su contenido, afloran cabos sueltos y te planteas muchos interrogantes.
El principal en mi personal caso es que, más que una obra “redonda” y bien tramada, quedo con la impresión de haber leído una serie de buenos trabajos logrados merced a un curso de escritura creativa.