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Melocotones helados cuenta la historia de Elsa, una joven pintora que se ha visto obligada a dejar el lugar en el reside, tras recibir varias cartas amenazantes, y se refugia en casa de su abuelo paterno que, muerta su esposa, vive con la “tata”.
Poco a poco, vamos conociendo otras historias: la de Esteban, el abuelo de Elsa, soldado en la Guerra Civil y que, a su término, mantuvo una relación amorosa con Rosa, mujer de un compañero caído en combate y con su hija, Silvia Kodama, a la que nunca consiguió olvidar; de su abuela Antonia, dueña, junto al abuelo Esteban, de una pastelería durante muchos años; de César, voyeur y empleado en la pastelería; de su padre Miguel y de su tío Carlos; de otra tía que desapareció siendo una niña y que se llamaba Elsa como ella; de su amiga Blanca que padece bulimia; de su novio Rodrigo, recto y concienzudo, empleado en un banco; de su prima, Elsa también, atrapada por una peligrosa secta de la que acaba de huir y a cuyos componentes ha denunciado, etc., etc., etc.
Todas estas historias no están contadas en un orden lineal, sino a retazos atrás y adelante que Espido Freire intenta unir al concluir el libro de manera un tanto apresurada.
Como se trata de una obra escrita y publicada por alguien muy joven, encuentro que quizá esa acumulación de temas, otrora candentes y en los que no profundiza demasiado, se debió a la misma juventud de la autora, en estos momentos muy reconocida en los círculos literarios.
Porque, por lo demás, el libro está bastante bien escrito y hay páginas profundas y de gran belleza descriptiva.
Seguro que en las siguientes obras que Espido Freire ha ido publicando desde aquella primera, los errores que considero asociados a la juventud estarán ampliamente superados. Tendré que comprobarlo leyéndolas.