Esta semana he leído dos libros muy diferentes entre sí. El más breve, Arrugas, es un cómic escrito y dibujado por Paco Roca, Premio Nacional de Cómic 2008. El más extenso, Pablo y Esteban, lo escribió hace ya bastantes años Francisco Cándido Xabier.
La historia que Paco Roca nos cuenta en Arrugas la encontramos a diario en las sociedades contemporáneas avanzadas. Las arrugas se esconden, molestan, están muy mal vistas y lo mismo sucede con sus vulnerables portadores, las personas ancianas, los viejos. Por lo tanto, se les aleja del entorno familiar y se les recluye en residencias, donde esperan la muerte medio drogados por todos los fármacos que ingieren. En una de esas residencias, Emilio, director de banco jubilado enfermo de Alzheimer, ingresa de la mano de su hijo.
Paco Roca dibuja y describe de forma magistral el ambiente del centro, la terrorífica “planta superior” que alberga a los desahuciados. Ambiente que se suaviza un tanto al presentarnos a los ancianos que acogen a Emilio, en especial, Miguel, un residente sin familia que intenta ser activo y mantener su dignidad, evitando a la vez, mediante los más variados trucos, que los médicos vayan descubriendo el avance de la enfermedad en el recién llegado.
Apoyándose en este cómic, el director de cine Ignacio Ferreras realizó una película de animación, presentada con el mismo título, que ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales.
El segundo libro, que podríamos llamar “confesional”, recoge la biografía novelada de Pablo de Tarso y Esteban; además relata cómo pudo ser la vida de los seguidores de Jesús de Nazaret en los siglos iniciales del cristianismo.
Aunque ambas obras son enriquecedoras y están muy bien escritas, cada una en su estilo, aconsejo se demore su posible lectura a un tiempo más proclive al optimismo y a la esperanza.
Por mucha ternura que encontremos entre el grupo de abuelos que rodean a Emilio en la residencia, por mucho entusiasmo que ponga Miguel para no dejarse avasallar por las circunstancias, es un hecho la sensación de incomodidad y hasta de angustia que deja en el lector una realidad tan cercana y con tan pocas, tan poquísimas soluciones al mismo tiempo humanas, prácticas y baratas.
De igual modo, por mucha serenidad y conformidad con su destino que observemos en aquellos primeros cristianos, por mucho trabajo entusiasta al servicio de un alto ideal y por mucha ayuda divina en el desarrollo del mismo, la constante presencia de la cruz en forma de repudio, difamación, torturas, persecuciones, asesinatos, etc., si uno no tiene madera de santo, más que animar, plantea interrogantes de difícil y complicada respuesta.