Hace algún tiempo leí una columna de Manuel Hidalgo en la que se refería admirativamente al escritor mejicano Jorge Ibargüengoitia.
Por curiosidad, busqué en Internet información sobre el escritor citado y lo que encontré me llevo a la lectura de uno de sus libros, Estas ruinas que ves, relato que recibió el Premio Internacional de Novela México 1975.
El principal protagonista de Estas ruinas que ves es el profesor Francisco Aldebarán, que desde la capital del Estado regresa a su ciudad natal, Cuévano, para dar clase de literatura en la universidad.
Leo que Ibargüengoitia esconde bajo el nombre de Cuévano a la ciudad en la que él nació en realidad, Guanajuato, fundada por los españoles y de gran belleza monumental y arquitectónica.
La ironía festiva con la que el escritor se refiere a las pasadas grandezas de Cuévano (Guanajuato), “la Atenas de por aquí” como gustan decir sus habitantes, me hace recordar otras ciudades venidas a menos, cuyos pobladores, de tanto idealizar el pasado, acaban por mitificarlo, cayendo así en la exageración y en el ridículo.
Pronto el profesor Aldebarán se ve envuelto en un ambiente provinciano, en el que cada personaje le sirve al autor para hablarnos de las clases sociales, las realidades políticas y culturales de Méjico y hasta del medio ambiente y la calidad de vida, en un retrato demoledor que se esconde tras una mirada en apariencia bondadosa y condescendiente.
Leo también que Jorge Ibargüengoitia, prosista, hombre de teatro y articulista, era una gran persona, admiraba profundamente a Cervantes y su amor por la literatura le llevaba a disfrutar escribiendo sobre todo cuanto le rodeaba, pero no de manera grandilocuente y melodramática, sino con esa agudeza satírica, esa ironía soterrada, propia de las personas inteligentes que nos ayudan a mirar la realidad de otra manera, relativizando lo que sucede y buscando siempre el aspecto amable y hasta risible de cada situación.
Por curiosidad, busqué en Internet información sobre el escritor citado y lo que encontré me llevo a la lectura de uno de sus libros, Estas ruinas que ves, relato que recibió el Premio Internacional de Novela México 1975.
El principal protagonista de Estas ruinas que ves es el profesor Francisco Aldebarán, que desde la capital del Estado regresa a su ciudad natal, Cuévano, para dar clase de literatura en la universidad.
Leo que Ibargüengoitia esconde bajo el nombre de Cuévano a la ciudad en la que él nació en realidad, Guanajuato, fundada por los españoles y de gran belleza monumental y arquitectónica.
La ironía festiva con la que el escritor se refiere a las pasadas grandezas de Cuévano (Guanajuato), “la Atenas de por aquí” como gustan decir sus habitantes, me hace recordar otras ciudades venidas a menos, cuyos pobladores, de tanto idealizar el pasado, acaban por mitificarlo, cayendo así en la exageración y en el ridículo.
Pronto el profesor Aldebarán se ve envuelto en un ambiente provinciano, en el que cada personaje le sirve al autor para hablarnos de las clases sociales, las realidades políticas y culturales de Méjico y hasta del medio ambiente y la calidad de vida, en un retrato demoledor que se esconde tras una mirada en apariencia bondadosa y condescendiente.
Leo también que Jorge Ibargüengoitia, prosista, hombre de teatro y articulista, era una gran persona, admiraba profundamente a Cervantes y su amor por la literatura le llevaba a disfrutar escribiendo sobre todo cuanto le rodeaba, pero no de manera grandilocuente y melodramática, sino con esa agudeza satírica, esa ironía soterrada, propia de las personas inteligentes que nos ayudan a mirar la realidad de otra manera, relativizando lo que sucede y buscando siempre el aspecto amable y hasta risible de cada situación.
Todo esto se nota a lo largo del libro, que se convierte así en una auténtica fiesta para el lector, por la perfección de su prosa, las jocosas anécdotas que cuenta y ese tono especial que le aproxima a Cervantes y a la mejor novela picaresca.