EL BARÓN RAMPANTE

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1940
El barón rampante, novela de Italo Calvino que acabo de leer, es una de esas obras que te hacen disfrutar de la primera a la última página.
Publicada en 1957, hay quien la encuadra en la categoría de novelas de iniciación y juventud. De hecho, en 1965 se publicó una nueva edición destinada a estudiantes de bachillerato.
Sea cual sea su consideración por parte de la crítica especializada, me complace decir que a mí, que no la leí en el ya muy lejano bachiller, ahora, en la madurez, me ha entusiasmado.
La historia que cuenta El barón rampante se desarrolla en el siglo XVIII y albores del XIX en tierras de la península Itálica en su zona noroccidental, región de Liguria, entre Francia y el Piamonte. En esa zona, totalmente cubierta de árboles (aún no había llegado la especulación inmobiliaria), en la villa de Ombrosa vive con su familia el niño de doce años Cosimo Piovasco di Rondó, heredero de la baronía de Rondó.
Su padre, el barón, es un hombre chapado a la antigua que sueña con nuevas grandezas nobiliarias. Su madre, una prusiana obsesionada con hazañas bélicas y estrategias militares. Su hermana, monja doméstica, un ser indescriptible. Su hermano pequeño, cronista de la historia, es el único llamémosle “normal”. El hermano bastardo del barón, rescatado por éste de territorio turco, abogado e inventor, desempeña también un papel importante en el relato.
Todo comienza cuando Cosimo se niega a comer caracoles durante la ceremoniosa comida familiar de mediodía. Ante el enfado y la insistencia de su padre para que los coma, el muchacho escapa por la ventana y se sube a un árbol, convirtiendo así en domicilio habitual, que ya nunca abandona, lo que se debió a un arrebato momentáneo de rebeldía juvenil.
La descripción de los distintos árboles y la manera que tiene Cosimo de acomodarse a ellos, mediante inventos a cada cual más ingenioso. El encuentro con la condesa Viola, gran amor de su vida. Las relaciones con los campesinos habitantes de aquellos territorios. El estrecho contacto con los libros que le lleva a comunicarse con algunos enciclopedistas y teóricos de la Revolución Francesa. La vida entre el grupo de españoles exiliados, a los que Carlos III ha prohibido pisar el suelo de sus dominios. La cita con Napoleón Bonaparte, a imitación de la que protagonizan Diógenes y Alejandro Magno. El choque con los francmasones, con los jesuitas, con los piratas, etc., etc., hacen que cada capítulo traiga consigo nuevos y gozosos descubrimientos.
Página tras página te sorprendes, te entusiasmas, te ríes, te emocionas. El ritmo del relato, que se mantiene de principio a fin; la perfecta construcción que presenta, la belleza del vocabulario, por ejemplo, al describir las distintas especies de árboles y pájaros que pueblan el entorno; la fidelidad del protagonista a la regla que él mismo se ha fijado; el canto a la libertad y a la rebeldía contra el orden establecido, y muchas más cuestiones que dejo descubrir al lector, convierten a El barón rampante en una obra filosófica, histórica, de aventuras, ecologista, amorosa, de denuncia, sentimental… y, por supuesto, de obligada lectura.

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