LA MÚSICA DEL AZAR

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Afirma Paul Auster, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006, que todos los libros que escribe forman parte de una misma historia: “La historia de mis obsesiones”.
Obsesiones que aparecen en el libro que acabo de leer: La música del azar. El azar como organizador de la propia vida, la soledad, la falta de libertad, la contraposición perturbadora entre hechos extraordinarios y situaciones cotidianas, el absurdo (admira a Beckett), el desarraigo; la necesidad, casi siempre malograda, de dar sentido a la propia existencia.
La única obra que escapa un poco a las características anteriormente enumeradas es Brooklyn Follies, una historia muy bien narrada, como el resto de las que he leído del escritor norteamericano, y que, al terminarla, no te deja la sensación de incomodidad que sientes cuando lees la Trilogía de Nueva York, Leviatán, El palacio de la Luna, La noche del oráculo, El libro de las ilusiones y ahora La música del azar.
El argumento de la novela se organiza alrededor de una serie de acontecimientos encadenados que el protagonista, Jim Nashe, bombero en Boston, atribuye al azar: su mujer le abandona, dejándole con una niña pequeña a la que ha de encomendar al cuidado de su hermana, ante la imposibilidad de cuidarla él mismo. Inmediatamente después, la muerte del padre que apenas conoció pone en sus manos una cuantiosa herencia.
Impulsos bastante irracionales le llevan a abandonar el trabajo y, tras asegurar el futuro de su hija con una parte del dinero recibido, con la otra comprar un buen coche y dedicarse a recorrer el país, sólo por la sensación de libertad que le produce el ir conduciendo por carreteras cuanto más solitarias mejor, mientras escucha música clásica, sobre todo de Bach y Mozart.
En uno de esos recorridos, el azar provoca de nuevo que se encuentre con un joven autoestopista, Jack Pozzi, al que acaban de dar una paliza. El joven le cuenta que es jugador de póquer, que unos ladrones entraron en la casa en la que se estaba desarrollando la partida causante de su estado, y que el resto de los jugadores le culparon del asalto, porque era el único desconocido en la mesa de juego; que lo que más le preocupa es que se ha quedado sin dinero y no podrá jugar la nueva partida que tiene asegurada, en la que ha de enfrentarse a dos excéntricos millonarios, a los que está seguro podrá ganar miles de dólares.
Un nuevo impulso hace que Jim Nashe le preste el dinero, se asocie con él y decida acompañarle a la mansión de los millonarios.
De camino hacia la mansión, Paul Auster comienza a introducirnos en el apartado que tiene la novela de inquietante y hasta terrorífico. Apartado que nos permite descubrir muchas de las características ya enumeradas de las obras de este autor.
Así, poco a poco, atrapados en un mundo que nos perturba, llegamos al sorprendente final, del que se puede hablar largo y tendido, pero que, a mí parecer, y por muy Auster que lo consideremos, impide que el relato resulte todo lo “redondo” que podríamos esperar de un escritor tan prestigioso.

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