Harold Pinter es un escritor de izquierdas en el sentido cristiano de la palabra.
Sin pretender meterme en demasiados berenjenales y un poco cansada de que los términos “izquierdas” y “derechas” se utilicen con malas intenciones, debo decir que la identificación entre la izquierda y los trabajadores, víctimas de la opresión de las clases dominantes (nobleza y clero) tuvo lugar tras la Revolución Francesa y se basó en algo tan simple como el lugar que unos y otros ocupaban en la asamblea.
Hay que decir que aquellos que se sentaban a la izquierda, en representación de las ciudades, no eran ni mucho menos pobres, sino burgueses enriquecidos. El problema es que tenían que pagar impuestos, mientras que a los grupos sentados a la derecha (nobleza y clero), se les liberaba de tan plebeya y engorrosa obligación.
Con el paso del tiempo, la izquierda se fue identificando con una determinada concepción del mundo, respecto a las condiciones de trabajo, los sistemas de vida (política, creencias, familia, educación, organización social…), y hasta el arte, el cine, la música, etc., enfrentándose a los pertenecientes a la derecha que defendían concepciones diferentes.
Aclarado esto, el que Harold Pinter sea de izquierdas en sentido cristiano, no tiene nada que ver con su religión. Aunque nació en una familia judía, no se sentía vinculado al judaísmo ni a ningún otro credo. El sentido cristiano quiere decir que, además de estar en contra de toda clase de violencia, como lo estuvo Jesús de Nazaret, también se puso siempre al lado de los débiles: Kurdos en Turquía, palestinos en Israel, kosovares, chilenos seguidores de Salvador Allende… Su radical oposición a las invasiones de Irak y Afganistán, le llevó a criticar fieramente a los políticos que las apoyaban.
En resumen, se trata de un hombre comprometido con su tiempo, que no dudo en arriesgarse defendiendo los derechos humanos siempre que lo consideró justo.
Pero antes que activista político, Harold Pinter fue un extraordinario dramaturgo, se le considera el máximo exponente del arte dramático inglés en la 2ª mitad del siglo XX. Además de obras de teatro, escribió poesías y guiones de cine, obteniendo por el conjunto de su obra el Premio Nobel de Literatura en el año 2005.
Retorno al hogar es una de sus obras de teatro más representativas. El argumento, simple en apariencia, consiste en el regreso a la casa familiar de uno de los hijos que vivía en otro país y al que acompaña su esposa. La reiteración de frases y el uso de silencios, características del teatro de este autor, provocan en el espectador una sensación incómoda. Se intuye que la maldad está presente, disfrazada de envidias, frustraciones, venganzas y represiones sexuales. La comunicación personal no existe. Se impone el egoísmo, la utilización del otro para los propios fines. El escenario resulta opresivo, todo transcurre en una sola habitación.
Su amistad con Samuel Beckett, al que admiraba, pudo determinar que el teatro de Pinter posea características del “teatro del absurdo” cultivado por dicho escritor. Pero las obras de Harold Pinter no parecen encerrar intenciones moralizantes. Las actitudes de sus personajes son propias de la naturaleza humana, claro que en su aspecto más sórdido y negativo. Gente enclaustrada en sí misma, dando tumbos sobre su abismo interior, viviendo una existencia puramente vegetativa, abocados a la tragedia y sin que nadie espere a un Godot capaz de liberarlos.
Sin pretender meterme en demasiados berenjenales y un poco cansada de que los términos “izquierdas” y “derechas” se utilicen con malas intenciones, debo decir que la identificación entre la izquierda y los trabajadores, víctimas de la opresión de las clases dominantes (nobleza y clero) tuvo lugar tras la Revolución Francesa y se basó en algo tan simple como el lugar que unos y otros ocupaban en la asamblea.
Hay que decir que aquellos que se sentaban a la izquierda, en representación de las ciudades, no eran ni mucho menos pobres, sino burgueses enriquecidos. El problema es que tenían que pagar impuestos, mientras que a los grupos sentados a la derecha (nobleza y clero), se les liberaba de tan plebeya y engorrosa obligación.
Con el paso del tiempo, la izquierda se fue identificando con una determinada concepción del mundo, respecto a las condiciones de trabajo, los sistemas de vida (política, creencias, familia, educación, organización social…), y hasta el arte, el cine, la música, etc., enfrentándose a los pertenecientes a la derecha que defendían concepciones diferentes.
Aclarado esto, el que Harold Pinter sea de izquierdas en sentido cristiano, no tiene nada que ver con su religión. Aunque nació en una familia judía, no se sentía vinculado al judaísmo ni a ningún otro credo. El sentido cristiano quiere decir que, además de estar en contra de toda clase de violencia, como lo estuvo Jesús de Nazaret, también se puso siempre al lado de los débiles: Kurdos en Turquía, palestinos en Israel, kosovares, chilenos seguidores de Salvador Allende… Su radical oposición a las invasiones de Irak y Afganistán, le llevó a criticar fieramente a los políticos que las apoyaban.
En resumen, se trata de un hombre comprometido con su tiempo, que no dudo en arriesgarse defendiendo los derechos humanos siempre que lo consideró justo.
Pero antes que activista político, Harold Pinter fue un extraordinario dramaturgo, se le considera el máximo exponente del arte dramático inglés en la 2ª mitad del siglo XX. Además de obras de teatro, escribió poesías y guiones de cine, obteniendo por el conjunto de su obra el Premio Nobel de Literatura en el año 2005.
Retorno al hogar es una de sus obras de teatro más representativas. El argumento, simple en apariencia, consiste en el regreso a la casa familiar de uno de los hijos que vivía en otro país y al que acompaña su esposa. La reiteración de frases y el uso de silencios, características del teatro de este autor, provocan en el espectador una sensación incómoda. Se intuye que la maldad está presente, disfrazada de envidias, frustraciones, venganzas y represiones sexuales. La comunicación personal no existe. Se impone el egoísmo, la utilización del otro para los propios fines. El escenario resulta opresivo, todo transcurre en una sola habitación.
Su amistad con Samuel Beckett, al que admiraba, pudo determinar que el teatro de Pinter posea características del “teatro del absurdo” cultivado por dicho escritor. Pero las obras de Harold Pinter no parecen encerrar intenciones moralizantes. Las actitudes de sus personajes son propias de la naturaleza humana, claro que en su aspecto más sórdido y negativo. Gente enclaustrada en sí misma, dando tumbos sobre su abismo interior, viviendo una existencia puramente vegetativa, abocados a la tragedia y sin que nadie espere a un Godot capaz de liberarlos.