En este mes, sin haberlo previsto, han llegado a mis manos tres libros en los que aparecen maestros y maestras que trabajan en el medio rural y en escuelas unitarias.
El primero fue Una temporada para silbar; el segundo, Las voces del Pamano y el tercero, que acabo de leer, Historia de una maestra.
En el prólogo de Historia de una maestra, su autora, Josefina Aldecoa, nos cuenta que ideó el libro con la intención de regalárselo a su madre, maestra; porque, cuando ella era pequeña, le hablaba de situaciones vividas en el desempeño de su trabajo.
Basándose en esos recuerdos y en los propios, escribe el relato como homenaje a su madre, pero también al resto de los maestros de la República, a su esfuerzo y dedicación.
La novela se inicia en Oviedo en 1923, el día en que Gabriela López Pardo, tras tres años de estudio en la Escuela Normal, obtiene el título que le permitirá llevar a la práctica el sueño de ejercer la profesión para la que se ha preparado durante ese tiempo.
La realidad de la España rural que la joven encuentra en sus primeros destinos, constituida por personas, analfabetas en su mayor parte, que sobreviven con dificultad, en un ambiente de oscurantismo, miseria, superstición e injusticia social, no acobarda a Gabriela, sino que la estimula a volcarse en una tarea que ama y considera muy importante.
Después de trabajar en dos escuelas en España, Gabriela pide ser destinada a Guinea Ecuatorial, etapa que nos permite conocer a través de sus ojos la situación de la antigua colonia española: explotación de recursos, discriminación de la población negra, etc.
De vuelta a la península, y una vez curada de la enfermedad que le hizo regresar, Gabriela recupera su vida de antes, se casa, tiene una niña, vive con ilusión la llegada de la 2ª República y con horror los posteriores sucesos acaecidos.
El libro es una belleza en el fondo y en la forma. En el fondo, por el entusiasmo, la entrega y el altruismo con el que Gabriela ejerce un trabajo auténticamente vocacional. La forma, por las palabras elegidas para describirlo y la ternura con la que la que se refiere a todo lo relacionado con él.
El primero fue Una temporada para silbar; el segundo, Las voces del Pamano y el tercero, que acabo de leer, Historia de una maestra.
En el prólogo de Historia de una maestra, su autora, Josefina Aldecoa, nos cuenta que ideó el libro con la intención de regalárselo a su madre, maestra; porque, cuando ella era pequeña, le hablaba de situaciones vividas en el desempeño de su trabajo.
Basándose en esos recuerdos y en los propios, escribe el relato como homenaje a su madre, pero también al resto de los maestros de la República, a su esfuerzo y dedicación.
La novela se inicia en Oviedo en 1923, el día en que Gabriela López Pardo, tras tres años de estudio en la Escuela Normal, obtiene el título que le permitirá llevar a la práctica el sueño de ejercer la profesión para la que se ha preparado durante ese tiempo.
La realidad de la España rural que la joven encuentra en sus primeros destinos, constituida por personas, analfabetas en su mayor parte, que sobreviven con dificultad, en un ambiente de oscurantismo, miseria, superstición e injusticia social, no acobarda a Gabriela, sino que la estimula a volcarse en una tarea que ama y considera muy importante.
Después de trabajar en dos escuelas en España, Gabriela pide ser destinada a Guinea Ecuatorial, etapa que nos permite conocer a través de sus ojos la situación de la antigua colonia española: explotación de recursos, discriminación de la población negra, etc.
De vuelta a la península, y una vez curada de la enfermedad que le hizo regresar, Gabriela recupera su vida de antes, se casa, tiene una niña, vive con ilusión la llegada de la 2ª República y con horror los posteriores sucesos acaecidos.
El libro es una belleza en el fondo y en la forma. En el fondo, por el entusiasmo, la entrega y el altruismo con el que Gabriela ejerce un trabajo auténticamente vocacional. La forma, por las palabras elegidas para describirlo y la ternura con la que la que se refiere a todo lo relacionado con él.