Creo que una buena manera de comenzar abril es hablar de poesía. Hoy elijo a Neruda, un poeta que nunca se definió como tal.
Los críticos podían adscribirle al modernismo, al postmodernismo; decir que su poesía desarrollaba técnicas surrealistas o se inclinaba por la denuncia social. Él afirmaba que para saber cómo era su poesía, sólo debían preguntarle a la poesía misma.
Leí el primer libro de Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada en una época de mi vida en la que era muy fácil identificarse con alguien capaz de escribir en una noche los versos más tristes.
Y aquel pequeño libro, editado en Argentina por la Editorial Losada, comenzó a ser, desde esa precisa ocasión, el fiel amigo en todas las tristezas: Por qué se me vendrá todo el amor de golpe cuando me siento triste y te siento lejana.
En todos los naufragios: Todo te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio.
En todas las nostalgias: ¿Quién llama? ¿Qué silencio poblado de ecos? Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad, hora mía entre todas.
En todos los anhelos: Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte. Te estoy amando aún entre estas frías cosas. A veces van mis versos en esos barcos graves, que corren por el mar hacia donde no llegan.
Después vinieron otros libros: Los versos del capitán: ¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos. Ven conmigo.
Residencia en la tierra: Si me preguntáis en dónde he estado debo decir «Sucede».
Canto general: Sube a nacer conmigo, hermano. Dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado.
Confieso que he vivido: Soy omnívoro de sentimientos, de seres, de libros, de acontecimientos y batallas. Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar…
Así podría seguir citando obras y versos aprendidos de memoria del poeta chileno, que fueron importantes en momentos concretos de mi vida.
Algunos aún me brindan, me atrevería a decir que nos brindan a todos, la posibilidad de vislumbrar en ellos la belleza perfecta, la armonía perfecta.
Y de este modo, la posibilidad de escapar de la angustia, en pos de la fragancia de esas lilas que, al igual que le sucedía a él, logran evocar siempre en primavera claros atardeceres de mi lejana infancia, que fluye como el cauce de unas aguas tranquilas.