NOVELA NEGRA

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Aprovechando que acabo de leer Los amantes de Estocolmo, hoy hablaré de la novela negra, género literario que ha sido para mí un buen acompañante en vacaciones.
Definida por Raymond Chandler como “la novela del mundo profesional del crimen”, suele desarrollarse en ambientes oscuros y sórdidos, en los que la división entre el bien y mal se encuentra bastante difuminada.
Los protagonistas son individuos de personalidad compleja, muchas veces derrotados por la vida, que arrastran sus frustraciones y desdichas, importando más la acción dentro de la trama que el análisis del crimen en sí. Un ejemplo sería el personaje de Ripley, creado por Patricia Highsmith, en obras como La máscara de Ripley o Ripley en peligro.
En numerosas ocasiones, los autores se sirven de estas novelas para describirnos la sociedad en la que se desarrollan los hechos narrados y reflexionar sobre su deterioro ético. Es lo que hace el sueco Stieg Larsson en Los hombres que no amaban a las mujeres, el estadounidense Jason Goodwin en La estrategia Bellini o el español Raúl del Pozo en No es elegante matar a una mujer descalza.
El personaje principal de la obra puede ser el asesino, el citado Ripley; un detective, Pepe Carvalho, creación de Manuel Vazquez Montalbán, que aparece, por ejemplo, en Los mares del sur; comisarios de policía: Guido Brunetti, en Muerte en la Fenice de Donna Leon o Kurt Wallander en La quinta mujer de Henning Mankell; una inspectora de policía, Petra Delicado, inventada por Alicia Jiménez Bartlett en El silencio de los claustros; un inspector y una jueza en Los crímenes del número primo de Reyes Calderón; un comisario y una médico forense, Pete Marino y Kay Scarpetta, en Post Mortem de Patricia Cornwell; alguien que se ve involucrado en un crimen sin proponérselo en absoluto, Pablo Baloo Miralles en Lo mejor que le puede pasar a un cruasán de Pablo Tusset o Cristóbal Pasos en Los amantes de Estocolmo de Roberto Ampuero.
De todas las novelas señaladas, las hay que se ajustan por completo a las características del género, destacaría las de Patricia Highsmith. Otras se ubican mejor en el apartado de novelas policíacas, ya que no todos los ambientes y personajes son oscuros y el mal se diferencia claramente del bien; un ejemplo: Los crímenes del número primo de Reyes Monforte.
En esta última novela, así como en El silencio de los claustros de Alicia Jiménez Bartlett, la ideología de las autoras, a la que me referí en un artículo anterior, se manifiesta de modo ostensible.

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