«BAJO LAS ROSAS, EL LIBRO»

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Termina mayo y aún no hablé de poesía, siendo este mes proclive a dicho género.
La primavera despliega su abanico de pájaros y flores. El Sol nos visita temprano y luce, rezongón, hasta muy tarde.
Todo esto y mucho más, lo expresan los poetas de manera admirable.
Aunque, no sé por qué, recuerdo más poemas brumosos y otoñales que radiantes de luz.

Quizá leí, o me lo habré inventado, que el espacio que el lector prefiere labrar durante la lectura de una obra, no es el terreno que está entre lo escrito y el escritor, sino el que está entre lo escrito y él mismo. Ahí debe residir la explicación del placer por la bruma.

Siempre he dicho que no tengo un elenco de autores favoritos, pero sí que me gustan determinadas obras de diversos autores. La excepción en poesía es Antonio Machado. De él me gusta todo. Hasta me reconozco en el Retrato que inicia su libro Campos de Castilla. Luego elijo a Pablo Neruda, por aquello de “labrar el terreno”: Los versos del capitán, Veinte poemas de amor y una canción desesperada (amarga adolescencia). Después a varios cientos más: Rubén Darío (mi padre me hizo aprender muchos de sus poemas de memoria), Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Blas de Otero, Gabriel Celaya, León Felipe, Gloria Fuertes, Manuel Machado, Miguel Hernández, Gustavo Adolfo Bécquer, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Vicente Aleixandre, Carlos Marzal, y ahora, en su centenario, me he encontrado feliz con Luis Rosales.

De todos los poetas anteriores, y de bastantes más, que omito por razones de espacio, recuerdo algún poema; un verso, una pequeña estrofa, que me sirvió de apoyo, de consuelo o estímulo en un determinado momento de mi vida.

Y como estoy leyendo a Luis Rosales, aprovecho y celebro el centenario, dejando aquí, como breve homenaje, uno de sus poemas.
Con él termina mayo. Ésta es su voz:

SIEMPRE MAÑANA Y NUNCA MAÑANAMOS

Al día siguiente,
-hoy-
al llegar a mi casa –Altamirano, 34- era de noche,
y ¿quién te cuida?, dime; no llovía;
el cielo estaba limpio;
-“Buenas noches, don Luis” –dice el sereno,
y al mirar hacia arriba,
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,
las ventanas,
-sí, todas las ventanas-
Gracias, Señor, la casa está encendida.

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