Reflexionando acerca de la paulatina falta de preparación académica que, año tras año, presentan nuestros alumnos, creo que el desastre se inició con los primeros Diplomados en Educación General Básica, Plan Experimental 1971, entre los que me encuentro.
Recordemos que eran los últimos años del franquismo y el deseo de cambio se hacía patente en las universidades. Así que a los flamantes Profesores de EGB nos llenaron la cabeza de teorías pedagógicas, que pretendían romper con lo anterior, basadas en el análisis psicológico y sociológico del alumnado, la aplicación de tests, el repudio de la memoria como inteligencia de los tontos, las ristras de objetivos conceptuales, procedimentales y actitudinales, previos a la siempre necesaria programación de contenidos; los centros de interés, las comisiones deliberativas, las matemáticas de conjuntos, etc.
Podría seguir enumerando conocimientos que no me sirvieron de nada, cuando me enfrenté a una clase con treinta y cinco alumnos de Primaria.
¿Qué me ayudó entonces? Además de la vocación que siempre tuve, unas excelentes y experimentadas compañeras, que compartieron conmigo lo que sabían, y era mucho. Gracias a ellas y a mi propio esfuerzo, desempeñé con cierta eficacia la tarea elegida. Durante nueve años, di clase a niños de 1º y 2º. Impartía todas las materias, centrándome en el aprendizaje de la lectura, la escritura y el cálculo.
Pero los teóricos de la educación, los que jamás pisaron una escuela, seguían con su labor de zapa. Tal vez en connivencia con las editoriales, grandes beneficiadas de la LOGSE, decidieron diversificar los conocimientos que debían adquirirse en el colegio; y, con la diversificación, aparecieron los especialistas.
Ahora, a una clase de alumnos de 1º entran alrededor de seis profesores de distintas especialidades; a saber: Enseñanzas Artísticas (Música, Plástica y Manuales), Inglés, Educación Física, Religión/Alternativa, apoyo y el tutor, que no siempre tiene la posibilidad de impartir Castellano, Valenciano, Matemáticas y Conocimiento del Medio. En algunos centros ofrecen también materias opcionales; por ejemplo, Informática. En 5º curso, se añade a lo anterior, Educación para la Ciudadanía.
Recapitulemos. Una criatura de 6 años, 1º de Primaria, ha de enfrentarse a un elevado número de profesionales diferentes y asimilar lo que cada uno de ellos pretende enseñarle. Lo mismo sucede en 2º, 3º, 4º, 5º y 6º. Resultado, sólo los que cuentan con la ayuda constante de sus padres o gozan de una inteligencia privilegiada, retienen algunos conocimientos. El resto llega a Secundaria y no recuerda nada.
Las salas de profesores de los institutos se llenan de lamentos: ¡No saben escribir! ¡No entienden lo que leen! ¡No traen ninguna base! ¡Tres líneas y diez faltas de ortografía! Y se queja el de Inglés, el de Música, el de Castellano, la de Valenciano y la de Sociales. Y se queja el de Educación Física, el de Tecnología, el de Plástica, la de Naturales, el de Matemáticas y la de Educación para la Ciudadanía.
No quiere esto decir que la única responsabilidad en el desastre educativo que nos acongoja la tenga sólo el porcentaje de asignaturas distintas que soportan las espaldas de nuestros chicos; pero la experiencia adquirida me permite afirmar que ese hecho ocupa un lugar preferente.
¿Está todo perdido? Por supuesto que no. Elucubrando, elucubrando, me viene a la memoria un libro extraordinario: bien escrito, fresco, original y conmovedor. (Gracias, Manolo, es de los tuyos). El libro se titula Balzac y la joven costurera china; su autor, Sijie Dai, escritor y director de cine, fue internado en un centro de reeducación escolar de 1971 a 1974, durante la Revolución Cultural de Mao Zedong.
Esta pequeña obra, 192 páginas, en parte autobiográfica, es un canto a la libertad, al poder liberador de la Literatura, y denuncia a los que quieren cambiar la forma de pensar de los demás por la fuerza y de manera planificada.
Pese a lo serio del tema, el libro presenta multitud de rasgos humorísticos que permiten, de algún modo, relativizar lo sucedido y seguir confiando en las personas, capaces de superar cualquier escollo; en este caso, con ayuda de la Literatura.
Recuerdo que en mis años de EGB, hasta que no llegamos a 6º, todas las asignaturas las impartía el mismo profesor. Y la verdad es que, antes, lo raro era suspender o no enterarte de las cosas. Supongo que si se leyesen libros como el que propones, estaríamos más despiertos, y no nos moveríamos entre crepúsculos o milenios…
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No digo que no haya que leer el Ulises; de hecho, lo he leído. El problema radica en que, por desgracia, he coincidido con mucha gente gafapastista y modernete durante mi época universitaria que tenían esa forma de pensar. Bueno, más que pensar, de calificar a la gente… no sé si me explico. En fin, creo que no leer el Ulises no significa ser analfabeto; yo soy de los que cosideran que durante una caminata por la sierra puedes aprender más cultura (historia, botánica, psicología, antropología…) que en 1000 hojas manuscritas. Pero eso no anula mi pasión por la lectura; al contrario, la incentiva.
Un saludo!!
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