Tomando como excusa las ofertas de televisores de pantalla panorámica y equipados con diversos artilugios, para mí incomprensibles, que están llegando a casa en estos días, aporto al blog un libro que me impresionó al leerlo hace bastante tiempo; de tal manera, que no he olvidado la historia que contiene, ya que, día tras día, he podido comprobar cómo se cumplen las premoniciones del autor. Se trata de Fahrenheit 451, publicado por el escritor estadounidense Ray Bradbury en 1953.
Ray Bradbury nos presenta una sociedad que acepta el control férreo de las autoridades políticas, que les amenazan con perversos enemigos, a los que hay que mantener alejados. Entre estos enemigos están los libros, acusados de corromper las mentes con sus historias y, por ello, condenados a la hoguera. De la búsqueda y destrucción de esos libros se encarga un equipo de bomberos que jamás apagaron un incendio.
En la obra, de sólo 175 páginas, se habla de la soledad humana en general (el individuo aislado es fácilmente manejable), fomentada por una autoridad totalitaria y fundamentalista. Por ejemplo, prohíben que los vecinos se reúnan en el porche a conversar un rato; y, de la soledad de la pareja, en particular: el uso de somníferos, la utilización de auriculares que dificulta la comunicación, el rechazo a los hijos, etc.
Pero también, y es lo que nos ocupa, se presenta a la televisión como faro que dirige el comportamiento de las personas. Los televisores invaden espacios considerables en las habitaciones y los espectadores se sienten parte de la gran familia televisiva.
Así, de forma gradual, va calando el mensaje que se desea transmitir, produciéndose el cambio pretendido en actitudes y comportamientos.
Si miramos a nuestro alrededor, e intentamos hacerlo de manera objetiva, en especial los que ya hemos cumplido algunos años y estamos en colegios e institutos, podemos comprobar hasta qué punto influyen en los alumnos los contenidos de la televisión.
No me atrevo a calificar lo que veo de irreversible, tampoco lo describo, que cada cual extraiga sus propias conclusiones. Después, que lea el libro y vea la película del mismo título a que dio lugar, dirigida por François Truffaut.
Quizá, si ve reflejado lo que ocurre hoy en un libro de 1953 y en una película de 1966, crea que deben tomarse algunas decisiones racionales.
Por mi parte, quiero ser optimista, Ray Bradbury lo es; incluso, su libro acaba bien. Una razón como otra cualquiera para que no perdamos la esperanza.
Fue una de las primeras películas que me impresionaron, por suerte siempre quedan aquellos reductos, en que transmitían oralmente de unos a otros, los libros que los bomberos quemaban. La tradición oral, otra de las cosas que se van perdiendo. La tecnología tiene sus pros y sus contras. Como todo.
http://lacabalacafe.blogspot.com/2008/08/era-estupendo-quemar.html