El miércoles murió J. D. Salinger en su casa de New Hampshire (nordeste de EEUU). Dicen que de su libro «El guardián entre el centeno» se han vendido 70 millones de ejemplares. Uno de esos ejemplares era mío, pero no lo encuentro. Lo buscaba para saber la fecha en que leí por primera vez a este autor. Sé que hace bastante tiempo y que pensé que escribía bien. Sin embargo, la obra en sí no me pareció especialmente interesante, no me aportó nada.
Ahora, ante los elogios que se hacen en la prensa de ese libro, me planteo la duda de si lo leí demasiado deprisa; o de que las excentricidades del autor, defendiendo con uñas y dientes el anonimato, elevaron al máximo su valía, que puede no ser tanta.
En ocasiones, hemos hablado en grupo de la relación que existe entre la vida de un autor y sus obras. La conclusión general ha sido que la obra debe valorarse al margen del autor. Simpatías políticas, acciones o elecciones, no deben influir en nuestros juicios. ¿Es eso lo que ocurre? ¿Somos siempre objetivos? Diría que no siempre y que también depende del momento. Hay ejemplos para todos los gustos que omito por decoro.
Se comenta que Salinger guardaba obras sin publicar que pronto verán la luz. Quizá entonces podamos separar, de manera objetiva, la calidad del morbo.