Javier Ruibal

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Por  Maribel Sola López

 

 

Javier Ruibal lo tiene muy claro: las canciones le queman en las manos, la música le hace vibrar y sonríe continuamente al hablar de su profesión, que también es su pasión. Charlamos con él en La Ribera de Molina, en Tejemaneje, en un precioso ambiente con olor a café y objetos reciclados. Verlo más tarde, entregado en el escenario y convirtiendo la música en un tú a tú con su público, será un regalo. Y es que está de celebración. Lleva 35 años dedicándose a lo que más le gusta y nos confiesa que la magia continúa, que esa es la razón por la que lo sigue haciendo. Y, precisamente por eso, ha grabado un disco de aniversario. Nos dice que no es un disco estratégico, que el objetivo era festejar con otros artistas y músicos que viven de un oficio privilegiado y que se quieren y apoyan. En el disco encontramos a Miguel Ríos, Martirio, Carmen Linares, Jorge Drexler o Tomasito entre otros y ha contado con la ayuda inestimable de su hijo Javi, productor, arreglista de muchas de las canciones y el responsable de coordinar 36 agendas distintas en cuatro días de grabación. En palabras de Javier, este disco “ha sido una celebración llena de complicidad, de ternura, una fiesta emocionante donde celebramos que seguimos haciendo lo que dijimos que haríamos y que tenemos la suerte de poder seguir haciéndolo”.

 

En “Viñera de postín” hablas de “morir de vida y vivir de muerte”. ¿Ha conseguido esto Javier Ruibal?

Son ambiciones un poco altas, pero es verdad, hay que morirse de tanto vivir y vivir de muerte, disfrutando mucho. Yo lo he intentado desde siempre, tengo un oficio que, si sabes llevarlo, te permite vivir de muerte en el sentido de estar muy a gusto, muy acompañado. Es un trabajo que te da para vivir, pero, al mismo tiempo, te brinda una cantidad de afecto grande y, además, la música te lleva a dar vueltas por ahí por el mundo, más no se puede pedir.

 

Tus canciones besan mucho, algunas de ellas también muerden. En todo lo importante, ¿siempre hay unos labios de por medio?

Yo creo que, en general, vivimos una vida muy carente de afectos. El afecto en su modo superior sería el amor, pero es que vivimos maltratados, frustrados por el tipo de vida que llevamos, porque la sentimentalidad se considera muchas veces como una cosa casi cursi. Es una equivocación, pero ya que tenemos que vivir de esta manera habrá que intentar darle color a todo ese tiempo y llenarlo de amor, de afecto, de besos, cómo no. Mis canciones hablan de todo eso de una forma un poco desmedida, pero es que las canciones tienen esa función y ese destino, esa obligación: llenar las horas que no nos pueden robar de emotividad, de cariño, de sensualidad. Pero la gran aspiración debe ser un amor sublime.

 

Tus canciones también se llenan de lunas.

Bueno, es muy recurrente en canciones de amor. Yo es que nací en la Calle de la Luna en el Puerto de Santa María, algún significado tendrá. Y, luego, pues es una perla colgando en el cielo, una perla maravillosa y está, primero, alumbrando muchas noches de amor, evidentemente, pero también está recordándonos la insignificancia y la fragilidad de nuestra existencia.

 

Hay algunas ciudades o países que aparecen en varias de tus canciones: Nueva York, Granada, Cuba, por supuesto Cádiz. ¿Qué significan para ti?

Las ciudades son puntos de confluencia, una de las cosas que el ser humano tiene es que tiende a llegar a puntos de encuentro. Conforme han ido pasando los tiempos eso se ha hecho más patente. Algunas de esas ciudades son mágicas, por lo menos para mí, como Granada o la Habana o Manhattan, cada una tiene su significado, pero creo que las ciudades hoy por hoy ejercen un magnetismo muy grande en nuestras vidas. En algunas de ellas he escrito canciones antes de haber ido a conocerlas, así es que es la canción la que me ha llevado a la ciudad, con lo cual ya hay que agradecerle algo y por eso creo que tienen un magnetismo especial.

Por ejemplo…

La canción del gitano la escribí antes de ir a Nueva York. Luego ya escribí La Gloria de Manhattan cuando llegué allí y vi que el poema de Poeta en Nueva York de García Lorca seguía intacto. La Habana ya la citaba en una canción llamada “Tabaco y tinto de verano”, hablaba de ir a Cuba, también por lo que tiene de atractivo para los músicos. Cuba es un lugar muy musical, de alta intensidad, y tiene mucho atractivo para nosotros, ese gusto por ir, por ver cómo es y contagiarse de aquella fuerza.

 

¿Me llevas a algún lugar del mundo?

Te llevaría a un lugar del mundo maravilloso que son las playas del estrecho, te llevaría a Bolonia, te llevaría a Zahara…

Esas playas, ese sol, esa luz, tienen un algo especial. Nos pasamos la vida pensando en las playas del Caribe, que son asombrosas y bellísimas, y tenemos un paraíso idéntico aquí. Y lo digo, no porque yo sea de Cádiz, del Puerto de Santa María, sino porque después de haber visto un “puñaíto” de lugares, le sigo encontrando ese magnetismo.

 

Hay en tus canciones una conexión con África…

Empiezo por el sonido, por las músicas, yo cuando era niño escuchaba las músicas del Magreb, en emisoras de Argelia, de Túnez, de Marruecos que sonaban aquí, por lo menos en la costa andaluza sonaban con mucha potencia. Después de eso viene también la conciencia de que, parece mentira, pero aquí, en esta orillita somos primer mundo y allí cuarto o quinto mundo. No tanto por Marruecos o Argelia, como por el Sáhara y la zona subsahariana. Uno aprovecha para hablar de la reina de África, pero también dice que “tendrían que poner de tu puerta hasta la mía una vereda de juncos y de palmeras y una choza de bambú junto a la playa para que te sientas en casa y no te vayas”. Las canciones también sirven para eso, para decir “todavía tenemos corazón, aunque vivamos de este lado y quieran arrancárnoslo, lo tenemos todavía”.

 

En “Pensión Triana”, la canción “Bulerías” dice:

Me senté

en un remanso del tiempo

y era un remanso de silencio

de un blanco silencio

¿Cómo vive Javier Ruibal el silencio?

Esos son unos versos de García Lorca, nada más y nada menos, y tienen esa cosa preciosa y totalmente indescifrable que tiene la poesía de García Lorca. Para mí el silencio es lo fundamental para componer y para imaginar. Para hacer música hay que estar en silencio absoluto e intentar arrancar de la nada, o tener la sensación de que sale algo de la nada. Todo son caminos aprendidos, porque tenemos una memoria y eso es inevitable, pero el silencio es bueno porque cuando arranca algo de música tienes la sensación de que de verdad algo mágico ocurre, algo que no existía hasta que no pasaste por ese momento en el que pusiste esta nota detrás de aquella e imaginaste que ahí, en esa música, estaría bien contar esa historia, y pusiste un verso detrás de otro. Ese silencio particular de intimidad y de composición es estupendo e imprescindible.

Luego hay otro silencio, los silencios colectivos, cuando ocurren hechos vergonzantes, y esos me sientan fatal. Lo que ocurre es que todos en privado renegamos, pero nos cuesta mucho salir juntos a decirlo.

 

Jarabes de belleza, bebedizos, venenos… todas esas pócimas, ¿qué efecto te producen?

Son todo figuraciones, ni la cuarta parte de lo que cuento me ha pasado (risas). En las canciones a mí me gusta particularmente salir de la experiencia propia e inventar, fabular, porque todos aspiramos a que nos pasen las cosas con ese arrebato. La belleza por supuesto que ejerce un poder tremendo, y no solamente la belleza física sino la belleza de la excitación, que es de la que estamos hablando.

Son expresiones que también vienen de la poesía de otros, los elixires de amor, los jarabes de belleza… todo ese tipo de cosas ya vienen de mucho tiempo antes, lo cuenta Shakespeare en Romeo y Julieta y lo han contado tantísimos.

 

Tráeme canciones

que me lleven siempre lejos

como un tren que me salvara de las mismas estaciones

de las trampas del espejo

¿Te ha mostrado la música la verdadera cara de las trampas que el espejo quería enseñarte?

Las canciones te pueden salvar del deterioro, las trampas del espejo son esas que el espejo te recuerda, ya no eres el que eras porque no pareces el mismo pero sigues siendo el mismo. Si en tu memoria hay resortes euforizantes, como pueden ser las canciones, uno puede mirarse al espejo y decir, yo no tengo 61 como tengo ahora, yo soy el mismo adolescente que yo me negué a matar desde el principio y ¿cómo fortalezco eso?, con buenos recuerdos, habiendo conocido a tiempo las experiencias del amor, y al mismo tiempo haber conocido lo que otros pensaron y escribieron y dejaron hecho o filmaron o compusieron. Esa es la idea de las trampas del espejo, escapar de eso y no caer en las mismas estaciones una y otra vez. Y si caes, ser consciente de que eso es la vida, pero que tú sigues aspirando a mejorarte, a no repetir los lugares comunes y al mismo tiempo a fortalecerte y no envejecerte, porque una cosa es envejecer con dignidad y otra es dejarse envejecer.

La música te enseña a conocerte. Yo hay cosas que he sabido, las he puesto ahí, pero no sabía que las pensaba. Yo tengo un oficio de ilusionista, todo el arte es truco, un truco que es una sabiduría de hacerlo y una paciencia de buscarlo.

También una sensibilidad

Yo creo que no sería tan poca la gente que se dedica a hacer arte si esa sensibilidad se potenciara desde niño, si se buscara la manera de animarlos para que no dejen de aspirar a lo fabuloso y a ser sensibles.

 

Una vez te quedaste a vivir en un lunar de una espalda. ¿En qué otros lugares sugerentes vive Javier Ruibal?

En los terrenos de la imaginación y de la fábula. Un lunar es un universo, depende de cómo lo contemples. Es el detenerse, vivir en un lunar de tu espalda es “me quedé hipnotizado contemplando tu espalda”, pero, al mismo tiempo, porque la podía acariciar, porque estábamos juntos, por todas esas cosas. Es pararse, abstraerse y ser capaz de decir “aquí se para el mundo”, se para el tiempo porque yo estoy viviendo ese instante. Por eso las canciones que canto son tan exageradas, tan desmedidas, porque es la exaltación del instante, este instante de ahora que, como no lo vivas así, a lo mejor un día te arrepientes, más vale vivirlo y entregarse.

 

He tomado una palabra, la que me ha gustado o llamado la atención, de cada una de tus canciones… relojillo de arena, Babia, biruji, quimera, algarabía, diosa, melancolía… ¿Podrían estas palabras dibujar el mundo de Javier Ruibal?

Uno es lo que se pone encima y cómo se expresa. Todas esas palabras han tenido una utilidad, tienen una función en el verso, pero casi todas tienen detrás una cosa esperanzadora, todas encierran un acto esperanzado detrás, por ejemplo “relojillo de arena”, es yo, con mi relojillo de arena antiguo, es una historia de amor con alguien joven y digo “con tu flamante Cartier no tiene nada que hacer mi relojillo de arena”, es decir, yo soy consciente de que hay más arena ya abajo que arriba, pero ahí hay algo que, igual es una imagen, pero también habla de mí, de quién soy yo, de cómo va mi reloj ahora. Otra. Quimera. Es la utopía, siempre estás pensando que uno va a alcanzar lo inalcanzable, perseguir eso, mejor vivir detrás de una quimera que estar sentado en un rincón sin ambicionar nada. Vértigo. Es importante. Es que si no sientes vértigo no te atreves, todo está relacionado con lo mismo, atreverse, romper, dotarse de las dosis de locura suficientes, que no son locuras, porque locura, para la vida que llevamos, es cualquier cosita que hagas un día, una carcajada que sueltes en un sitio donde está todo el mundo en silencio, es atreverse, dejarse llevar por el impulso.

 

Publicación : 23 de abril de 2017

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